Este fin de semana ha sido casero a más no poder. Ya se avecinaba así porque como todo el mundo tenía puente pues todo el mundo salía huyendo de la ciudad y mi vida social se veía reducida. Sí, Madrid debe ser estupendo pero en cuanto la gente tiene una mínima ocasión sale huyendo a toda prisa.
¿Y tú no tenías puente, Joserra? Pues no, yo no. En mi santa casa tricolor en muchos departamentos trabajamos los 365 días del año y claro, algún que otro festivo me tenía que tocar y es el caso del festivo viernes madrileño. Pero ya en el curro me empecé a sentir mal, la garganta no me respondía y me salía una voz, no se, cómo definirlo, de ultratumba.
A veces, como dice mi hermano, cuando se me pone voz de resfriado mi voz cobra un retumbe que no me importaría que se quedara para siempre porque, la verdad, suena bastante a locutor profesional, aunque pensándolo bien, tras ocho años y medio de locución diaria no veo porque no podría autodenominarme locutor profesional.
Ya por la noche mi malestar general era eso, general, así que fui a servicios médicos (un pequeño ambulatorio que tenemos en nuestra santa casa laboral) y me dieron Panadol, que sí, que suena a nombre de panadería industrial pero no, es un medicamento hecho a base de paracetamol. Malísimo, horrendo, de sabor asqueroso, pero es lo que se espera de una medicina, ¿no?, no sé, yo siempre he sospechado de los medicamentos que saben bien, es como que no curan.
Y el sábado y el domingo me los pasé en casita salvo dos pequeñas salidas de mera supervivencia. Películas como “Una rubia muy legal” o “Princesa por sorpresa” me acompañaron. Ya veis, en el séptimo arte estas películas deben andar muy por el final pero a mí, sobre todo la primera, me encantan.
Eso sí, ayer quedé a comer con mis maravillosos Ernesto e Isabel y, oye, como que sirvió para curarme un poco, y es que cuando uno está malito como que necesita una dosis extra de mimitos, aunque a día de hoy hasta a una ostia le vería el lado cariñoso.
Por cierto, ya estoy mejor, gracias.
Besotes mil
