Despertando los recuerdos
Estos días estoy en Logroño, he venido a apurar mis vacaciones y a pasar las fiestas de San Mateo en casa, sinceramente, a falta de un plan mejor.
Ayer estuve en el polideportivo de mi colegio de toda la vida, de los Maristas. Los religiosos ceden (ceden con el idioma del dinero de por medio, claro) su polideportivo para instalar durante las fiestas un mercadillo de esos que, a pesar de llamarse cosas como "artesanía del mundo" o titulos rimbombantes por el estilo, tienen elementos tan variados como bayetas que no se queman o sartenes que no se pegan.
Fue entrar en el polideportivo y un torrente de sensaciones me invadió, no sé, fue revivir un poco las sensaciones de la infancia, esas tardes de invierno, calurosas en la hora de gimnasia, corriendo, subiendo por las espalderas, botando torpemente el balón de baloncesto, escaqueandome para no tener que jugar al fútbol o charlando en las gradas con aquellos compañeros a los que, como a mi, la hora de gimnasia les parecía un poco absurda, aunque, la verdad, viéndolo con perspectiva, no estaba mal educar el cuerpo un poco, aunque los profesores de aquella época no sabían hacerlo demasiado bien.
La verdad, las horas de gimnasia fueron un tanto absurdas y en algunos momentos torturadoras para mi, esos momentos en los que los cinco o seis elegidos de clase seleccionaban a aquellos compañeros que iban a formar parte de sus equipos y evidentemente, yo y dos o tres compañeros más eramos los últimos en ser elegidos. No sé, son experiencias que te dejan marcado en los años posteriores en ciertos aspectos.
También recuerdo como entrañables esos momentos descubrimiento, no sé, ese extraño e inexplicable cosquilleo que sentía cuando veía a algunos de mis compañeros en los vestuarios, ya digo, recuerdos que ayer afloraron.
Ver esas paredes, esos techos viejos, sin arreglar que han observado con el paso de los años como ibamos creciendo, esos pasillos, esas puertas que encerraban tantas ilusiones, algunas cumplidas, otras en camino y otras que quizá quedarán encerradas para siempre.
Ay, el otoño, que me vuelve tonto, y mi colegio, que me remueve el recuerdo con ligeras caricias al lagrimal.
Besotes
Ayer estuve en el polideportivo de mi colegio de toda la vida, de los Maristas. Los religiosos ceden (ceden con el idioma del dinero de por medio, claro) su polideportivo para instalar durante las fiestas un mercadillo de esos que, a pesar de llamarse cosas como "artesanía del mundo" o titulos rimbombantes por el estilo, tienen elementos tan variados como bayetas que no se queman o sartenes que no se pegan.
Fue entrar en el polideportivo y un torrente de sensaciones me invadió, no sé, fue revivir un poco las sensaciones de la infancia, esas tardes de invierno, calurosas en la hora de gimnasia, corriendo, subiendo por las espalderas, botando torpemente el balón de baloncesto, escaqueandome para no tener que jugar al fútbol o charlando en las gradas con aquellos compañeros a los que, como a mi, la hora de gimnasia les parecía un poco absurda, aunque, la verdad, viéndolo con perspectiva, no estaba mal educar el cuerpo un poco, aunque los profesores de aquella época no sabían hacerlo demasiado bien.
La verdad, las horas de gimnasia fueron un tanto absurdas y en algunos momentos torturadoras para mi, esos momentos en los que los cinco o seis elegidos de clase seleccionaban a aquellos compañeros que iban a formar parte de sus equipos y evidentemente, yo y dos o tres compañeros más eramos los últimos en ser elegidos. No sé, son experiencias que te dejan marcado en los años posteriores en ciertos aspectos.
También recuerdo como entrañables esos momentos descubrimiento, no sé, ese extraño e inexplicable cosquilleo que sentía cuando veía a algunos de mis compañeros en los vestuarios, ya digo, recuerdos que ayer afloraron.
Ver esas paredes, esos techos viejos, sin arreglar que han observado con el paso de los años como ibamos creciendo, esos pasillos, esas puertas que encerraban tantas ilusiones, algunas cumplidas, otras en camino y otras que quizá quedarán encerradas para siempre.
Ay, el otoño, que me vuelve tonto, y mi colegio, que me remueve el recuerdo con ligeras caricias al lagrimal.
Besotes
4 comentarios
Pek -
Su -
Jo, era una de mis asignaturas favoritas, no bajaba nunca del notable, más bien sobresaliente, quien lo diría ahora... Lo que recuerdo son las petardas que decían que tenían la regla (más de una vez al mes), para no hacerlo, jejeje.
Yo tengo muy buenos recuerdos del colegio, incluso de los profesores, las excursiones, los chicos... Ay, la ilusión de cada día, saber con que chico me ponían en la cadeneta...
Anauel -
Disfruta de tus vacaciones y descansa.
Besotes
ace76 -
Yo también tenía la clase de gimnasia por un suplicio... pero luego, cuando deje de hacer ejercicio por obligación, la eche de menos, no sé, raro que es uno.
A mí también me cogian siempre de los últimos, pero, bueno, nunca me importó... Vamos, que lo veía lógico, si yo era un manta, ¿por qué me iban a escoger? Yo tampoco me hubiera escogido a mí, jejeje...
Buf, no he vuelto a pisar el colegio desde que lo abandoné, demasiados malos recuerdos...