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Girando

Zarzuela a las seis y media

Zarzuela a las seis y media

Esta mañana me he levantado a las seis menos cuarto, me he duchado, me he vestido y he salido hacia el metro, a las seis en punto para coger, supongo, uno de los primeros trenes de la mañana, una hora a la que es frecuente el paso de convoyes que no paran, de esos que van como buscando la estación desde la que comenzar la jornada de trabajo. A las seis y cuarto estaba ya en mi conocido andén nueve de Plaza de Castilla esperando al autobús de “y media”.

Ha llegado, lleno de gente, ha “descargado” su humana mercancía y se ha dispuesto a avanzar hasta donde la cola comenzaba. El conductor ha pedido ayuda a un compañero porque se ha visto con problemas para hacer andar el vehículo, no sé qué sucedía pero cualquiera con dos ojos de frente y menos de cincuenta dioptrías podía deducir fácilmente que algo pasaba en el vehículo. El caso es que el autobús ha salido finalmente puntual a las seis y media.

Tras seis años cogiendo diariamente los autobuses de Inter-Bus para ir al trabajo el hecho de que uno de estos grandes bichos verdes salga puntual ya es algo digno de valorar así que me di por satisfecho. Sin embargo, un grupo de gárrulos y gárrulas (que conste que el acento se lo pone el word porque a mi pronunciar esa palabra así me parece un snobismo, uy, si yo soy un snob, ¿no?, jeje), de paletos y paletas, de estúpidos y estúpidas estaban dispuestos a montar un espectáculo de zarzuela durante todo el viaje.

Gente de esta mayor, de cincuenta años para arriba, de esta gente que cuando pueden coger un poco de protagonismo aprovechan el momento como nadie sabe. Gritando al conductor, comentando entre ellos a voz en grito sus anécdotas... recordando como “una vez” el conductor se bajó a comprar el cupón pro ciegos. Quien sabe, quizá esa anécdota se produjo cuando los cupones se esculpían en piedra pero el cascarrabias que lo recordaba tendría igualmente grabada en piedra la anécdota para recordarla en cuanto tuviera la más mínima oportunidad.

Y hoy parece que lo era, toda la parte delantera del autobús gritando e, incluso, recriminando que el conductor hablara cuando está prohibido (lo que, en teoría, está prohibido es “hablar al conductor”). Una mujer gritó: “nos lleváis como borregos”. Y un pequeñito obrero de gafas que iba sentado a mi lado musitó entre dientes: “es que es lo que parecéis”. Efectivamente, muchos nos hemos sentido esta mañana ofendidos, agredidos en nuestra salud psicológica con este espectáculo bochornoso de paletismo, cutrez, mala educación, griterío y barbarismo. Uno de los hombres gritones ha llegado a decir: “hombre, por lo menos poner un ojo morado libera adrenalina”.

Todavía estoy sorprendido de que haya conseguido pronunciar esa palabra.

Besotes mil, a ver si me relajo con el trabajo (nunca pensé que diría esto).

3 comentarios

Joserra -

Me quedo con lo que dice Maggie y con la última frase de ACE, sí, a esas horas de la mañana no exijo que la gente no tenga cara de muerto, simplemente con que no griten me sirve

Maggie Wang Kenobi -

Hmmm, los autobuses, que bonito mundo, que bien que hice en comprarme el helicóstero y pasar del transporte público, jurjur. Y vamos, que si aquel necesita liberar adrenalina, que se compre un punchin' ball y deje tranquilo los jojos de la gente,

ace76 -

A ver, entonces, ¿la gente del autobús tiene que estar calladita y con cara de pocos amigos, como en el metro? ¿O tienen que hablar de Kierkegaard?

¿O simplemente tener educación y no molestar?