Los libros heredados
El último artículo de Anauel me ha recordado un tema que de pequeño me causó más de un pequeño disgusto y que ya he comentado brevemente en el susodicho blog. Es el tema de los libros heredados, una cuestión que estarán sufriendo más de un niño estos días con el comienzo del curso, aunque nunca se sabe porque los nuevos planes educativos cambian tanto que supongo que los libros también cambiarán. Ahora me hace mucha gracia porque se estudia geografía propia de la región de cada niño, jeje, sí, de pequeños estabamos para esas concreciones.
Bueno, a lo que iba, no había mayor trauma para mi que heredar los libros de hace dos años que había estrenado mi hermano. Además, es que era un ritual enormemente cutre porque ibamos, habitualmente, mi madre y yo al colegio (único lugar, creo yo, donde he comprado siempre los libros de texto en mi historia escolar), donde habilitaban la biblioteca como librería para el nuevo curso. Acudíamos con el lote de libros viejos en una bolsa y al llegar mi madre pedía el nuevo tocho de libros del curso que me disponía a emprender.
Entonces sí, mi madre cogía ambos ejemplares, el viejo y el nuevo, y alaaa, bajo la atenta mirada del Hermano Cristóbal, mi progenitora se ponía a compararlos, cogía páginas al azar, lo pasaba de principio a fin cual mago con su baraja o comparaba algún pequeño texto, total, en menos de un minuto de su boca salía la temida y fatídica frase: "Bah, son practicamente iguales", y ala, pasaba a otro.
En mi mente ya insegura el hecho de llevar los libros viejos me provocaba un trauma así que en cuanto aparecía en el montón algún tomo que era indudablemente nuevo yo me alegraba enormemente.
Y ala, del tocho de ocho o diez libros nos llevabamos un par con el consiguiente ahorro familiar, siempre respetable. Y luego llegaba el comienzo de curso. A primera vista los libros viejos chillan un montón, vamos, que como ya he dicho en el blog de anauel, los libros viejos están como hinchados, arrugados, como llenos de aire, como que los aprietas y su grosor disminuye un 25 por ciento por lo menos. Sin embargo los libros de la mayoría de tus compañeros de clase están planos, extraplanos... tremendamente planos, cortados por laser esa misma mañana, vamos, que da la sensación de que tras el desayuno se han ido a la imprenta y después ala al cole.
Y el momento fotografía, jeje, qué me decís de ese momento en el que el profesor pide que se abra el libro por una página en concreto y la fotografía o la maquetación han cambiadooooo, me sentía perdido, sin rumbo, como vaca sin cencerro, como diría Almodóvar. Sí, estoy exagerando pero era una experiencia no sé, rara, ya me sentía diferente sólo porque una fotografía del libro no coincidiera. Hombre, si era de Religión no importaba tanto porque las fotografías, no me lo negaréis, siempre eran amaneceres, cielos demoniacos de rojos colores, cruces perdidas en campos desconocidos, familias en el parque o siempre había la imagen de un joven atormentado mirando la lluvia por una ventana o cosas así. Pues eso, que si esas fotos cambiaban no importaba tanto.
Hombre, lo de los libros viejos tenía sus ventajas, descubrías como el profesor que te había tocado, si era el mismo que el de tu hermano, decía exactamente lo mismo todos los años y mandaba hacer las mismas anotaciones al margen curso tras curso, anotaciones que tú, claro, ya tenías (eso venía bien si la letra de tu hermano no parece una cagada de mosca). Pero claro, el libro ya estaba subrayado y a lo mejor tú no tenías el mismo criterio de estudio que tu hermano y te hacías un lío pero bueno, el ahorro familiar era fundamental.
Ay, los libros del colegio, es abrirlos, esnifarlos y volver a la infancia.
Besotes
Bueno, a lo que iba, no había mayor trauma para mi que heredar los libros de hace dos años que había estrenado mi hermano. Además, es que era un ritual enormemente cutre porque ibamos, habitualmente, mi madre y yo al colegio (único lugar, creo yo, donde he comprado siempre los libros de texto en mi historia escolar), donde habilitaban la biblioteca como librería para el nuevo curso. Acudíamos con el lote de libros viejos en una bolsa y al llegar mi madre pedía el nuevo tocho de libros del curso que me disponía a emprender.
Entonces sí, mi madre cogía ambos ejemplares, el viejo y el nuevo, y alaaa, bajo la atenta mirada del Hermano Cristóbal, mi progenitora se ponía a compararlos, cogía páginas al azar, lo pasaba de principio a fin cual mago con su baraja o comparaba algún pequeño texto, total, en menos de un minuto de su boca salía la temida y fatídica frase: "Bah, son practicamente iguales", y ala, pasaba a otro.
En mi mente ya insegura el hecho de llevar los libros viejos me provocaba un trauma así que en cuanto aparecía en el montón algún tomo que era indudablemente nuevo yo me alegraba enormemente.
Y ala, del tocho de ocho o diez libros nos llevabamos un par con el consiguiente ahorro familiar, siempre respetable. Y luego llegaba el comienzo de curso. A primera vista los libros viejos chillan un montón, vamos, que como ya he dicho en el blog de anauel, los libros viejos están como hinchados, arrugados, como llenos de aire, como que los aprietas y su grosor disminuye un 25 por ciento por lo menos. Sin embargo los libros de la mayoría de tus compañeros de clase están planos, extraplanos... tremendamente planos, cortados por laser esa misma mañana, vamos, que da la sensación de que tras el desayuno se han ido a la imprenta y después ala al cole.
Y el momento fotografía, jeje, qué me decís de ese momento en el que el profesor pide que se abra el libro por una página en concreto y la fotografía o la maquetación han cambiadooooo, me sentía perdido, sin rumbo, como vaca sin cencerro, como diría Almodóvar. Sí, estoy exagerando pero era una experiencia no sé, rara, ya me sentía diferente sólo porque una fotografía del libro no coincidiera. Hombre, si era de Religión no importaba tanto porque las fotografías, no me lo negaréis, siempre eran amaneceres, cielos demoniacos de rojos colores, cruces perdidas en campos desconocidos, familias en el parque o siempre había la imagen de un joven atormentado mirando la lluvia por una ventana o cosas así. Pues eso, que si esas fotos cambiaban no importaba tanto.
Hombre, lo de los libros viejos tenía sus ventajas, descubrías como el profesor que te había tocado, si era el mismo que el de tu hermano, decía exactamente lo mismo todos los años y mandaba hacer las mismas anotaciones al margen curso tras curso, anotaciones que tú, claro, ya tenías (eso venía bien si la letra de tu hermano no parece una cagada de mosca). Pero claro, el libro ya estaba subrayado y a lo mejor tú no tenías el mismo criterio de estudio que tu hermano y te hacías un lío pero bueno, el ahorro familiar era fundamental.
Ay, los libros del colegio, es abrirlos, esnifarlos y volver a la infancia.
Besotes
3 comentarios
ace76 -
Ya lo he dicho en el blog de Anuel, a mí me parecía especial tener libros diferentes... Supongo que es como lo envidiar al niño que se ha roto la pierna o el brazo y va con las muletas y la escayola a clase, convirtiéndose en la estrella del recreo por unos momentos.
Y a mí no me tocó heredar libros viejos, pero anda que no he llevado ropa heredada de mis primos americanos. Pero si era todo un acontecimiento el día que llegaba a casa de mis abuelos "paquete de américa", con ropas y chucherías inéditas en España... Ahora hay Snickers en todas partes, pero no era así en los ochenta.
Inakov -
Por cierto, me imagino Joserra que ese fondo que ilustra tu foto "ego" no se corresponderá con el salón del cuarto de tus padres...
Miguel -
Lo bueno es que de vez en cuando te encontrabas con alguna gracieta de mi hermano. Pocas, eso si. Mi hermano era serio. Quizas porque sabia que yo venia despues, y queria que yo tambien fuera serio en clase, y que pudiera leer el libro sin distracciones. Pero no creo... porque entonces ¿porque estaban llenas las paginas de esas espirales semiderretidas y expandidas sin control que tanto le gustaba dibujar a Antonio? ¡Mas chistes y menos espirales!
¡¡Hermanos pequeños del mundo, unios!!