Enya, ¿cueces o enriqueces?
Enya descansaba cómodamente en uno de sus sillones favoritos. Simplemente era una pequeña pausa en su arduo trabajo. En lo que iba de año había realizado ya cinco de sus exóticos viajes, parajes extraños, lugares remotos en los que encontraba la inspiración. En el mejor de los casos para una canción entera y, lo más habitual, para estrofas sueltas, puentes o estribillos con los que componer alguna de sus piezas.
Tenía ya once canciones y estaba a punto de concluir la última. Habían pasado ya cuatro años desde su último disco y la compositora y cantante irlandesa pensaba en el siguiente mientras degustaba una infusión de hierbas traídas especialmente para ella desde un lejanísmo y secreto lugar. Se le resistía la conclusión de la última de sus piezas y empezaba a desesperarse, quería terminar la canción con cuidado, poco a poco, pensando en cada uno de los arreglos, en cada uno de los tonos que usaría para multiplicar su voz.
El ama de llaves entró en la amplia sala y atravesó la estancia entre las volutas de humo provocadas por la vengala de incienso que, lentamente, se consumía.
-¿Señora?
-¿Sí?
-Está aquí Michael Smith, de Warner Music.
-Sí, que pase.
Envuelta en velos rojos, Enya se levantó de su sillón y recibió con los brazos abiertos a Michael, que, conociendo los gustos de su íntima amiga se había descalzado previamente para no deteriorar la alfombra persa que forraba los suelos. Ante el regocijo del productor, la compositora le comentó que ya tenía once canciones preparadas para ser grabadas. "Tranquila, no te precipites, sabes que tienes todo el tiempo que quieras para entregarnos las piezas de las que dispongas".
Tres horas después Michael abandonaba el castillo de Enya tras aconsejar a su amiga que se dejara una melena larga pensando ya en las fotografías de la carátula de su próximo disco. Era invierno y preferían además esperar al próximo otoño para que la voz de la irlandesa de oro mostrara todos sus matices y pisara todos los escalones de las siete notas musicales.
Enya se dejó caer en su sofá y, entre ensoñaciones murmuró: Tibet.
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Eithne estaba en la cocina tomándose una Coca Cola. Sabía que no debía abusar de ella porque estaba engordando y sus vaqueros ya no le sentaban como antes, es más, su cintura sufría la presión de la tela y los gases no le dejaban respirar en paz. El teléfono de la pared sonó con su atronador ruido electrónico:
-¿Sí?
-Hola, mira, quería hablar con Enya
-Si soy yo, ¿quién es?
-Soy Michael Smith
-¿Quién?
-Michael Smith, de Warner Music
-Ah, dime
-Oye, mira, que es que llevamos ya cuatro años sin disco
-¿Cuatro años ya? Joder, cómo pasa el tiempo
-Pues sí, así que...
-¿Qué?
-Joder, maja, que ya es hora. Oye, ¿me puedes mandar unas canciones?
El rostro de Eithne lo decía todo. La pereza le invadió y preguntó a Michael que cuantas quería. El productor le respondió que con doce iría bien: tres en plan marcha militar, cuatro baladas y cinco en lenguaje inventado, unas canciones que la mundialmente conocida como Enya grababa de cinco en cinco los domingos de resaca con la ayuda de su ordenador en su dormitorio.
Enya acudió presurosa a su PC, lo encendió, eliminó las alertas de virus y abrió en "Mis documentos-mí música" la carpeta: Biblioteca. Arrastró el ratón sobre doce canciones, pulsó ctrl.-c e inmediatamente pulsó ctrl.-v sobre su cuenta de Hotmail.
Velozmente recuperó el teléfono:
-Ya está, Robert
-Michael
-Pues eso, Michael, que ya te las he enviado. Oye, ¿y las fotos?
-Tranquila, tiramos de archivo.
5 comentarios
ernesto -
Coppelia -
ace76 -
Joserra -
mce79 -
¿Y que versión es la auténtica?
Yo apuesto por la primera